lunes, 13 de julio de 2009

Día 25 de Junio – Monte do Gozo – Santiago de Compostela



Era un día especial. El final de nuestro Camino. Además era nuestro aniversario de boda. Un bonito de regalo: conseguir juntos una meta el día que hacía 31 años que nos habíamos casado. Como no teníamos prisa no madrugamos mucho, pero el ritmo del albergue es implacable y te levanta pronto. Rafa, como cada día salio con su sombrero puesto de la habitación, jejeje. Javi también salió animado. Ya faltaba poco para ver a sus niñas. Es todo un padrazo. Y nosotros también estábamos contentos. Nuestra hija se sentiría orgullosa de nosotros. Un poco de nostalgia porque se acaba y la vez satisfacción por el reto conseguido. Rafa y yo recordamos a Mª Carmen, mi hermana, con la que empezamos tantos Km. atrás nuestro Camino. Por motivos de trabajo no hemos terminado juntos, pero la echábamos de menos en muchos momentos.
Según Mª José, Manolo llevaba desde Roncesvalles pidiendo entrar en Santiago lloviendo y el Apóstol se lo concedió. Aun no habíamos salido del recinto de los albergues y cayo toda el agua del cielo. Solo fue un chaparrón, pero se hizo de noche. No nos detuvimos por tan poca cosa. El camino desde allí a Santiago no tiene ningún interés. Discurre por carreteras, puentes, avenidas y parques. La entrada de una ciudad siempre es igual. Nosotros íbamos a lo nuestro, pero los vecinos de Santiago iban a sus trabajos, sus compras, al colegio etc. Solo los carteles y el parque Camino de la Concordia con la puerta ITINERIS STI JACOBIS nos recordaba que estábamos en el Camino. En un bar repusimos fuerzas para lo que nos esperaba. Más risas en el desayuno. Era un no parar de reírnos. Después, buscamos la estación de autobuses para preparar el regreso. Estaba solo a “unos metros” del Camino. Un pequeño desvío. Y luego, de nuevo en la ruta, nos fuimos metiendo poco a poco en el casco antiguo. Y toda la liturgia del peregrino.
Desde la Porta do Camiño y por callejuelas empedradas llegamos a la Pza de Cervantes, primer hito. Los peregrinos ya eran cientos por todas partes. Después la Pza da Inmaculada, otro lugar histórico donde además ya veíamos la catedral. Esta plaza era impresionante. Se oían las gaitas y se nos ponían el vello de punta. No queríamos ir de prisa. Queríamos saborear cada paso. Manolo y Mª José se besaron al pasar por la puerta que nos entraba en la plaza del Obradoiro.
El conjunto es monumental, los cuatro edificios que la forman son en si mismos obras de arte. Y de pronto te das la vuelta y allí esta: el final del Camino, la Catedral. Independientemente del motivo que cada uno tenga para ir hasta allí, te sientes impresionado. Y extraño. Veíamos a más peregrinos. Todos estábamos allí, sin saber muy bien que hacer. Emocionados y anonadados. Sorprendidos porque nos parecía mentira: después de 800 Km. allí estábamos. Unos lloraban de emoción y otros, como yo, nos quedamos sin palabras. Las fotos de rigor para inmortalizar el momento no reflejan lo que siente el alma. Cada uno se sumió en sus pensamientos.
Al rato nos recompusimos y tomamos decisiones. Había que ir a por nuestra recompensa: La Compostela. Buscamos la Oficina del Peregrino, situada en un antiguo palacio Casa do Dean, en la Rua do Vilar. Había decenas de peregrinos que esperaban a lo largo de la escalera que subía al primer piso. Allí ya todo eran felicitaciones. Veíamos a gente que habíamos conocido y a otros que venían de por otros Caminos, como el da la Plata o el del Norte. En el portal había un montón de bastones, que los peregrinos abandonan al llegar a Santiago. Manolo dijo que él dejaría allí sus gastadas botas. Cada uno iba contando sus vivencias y el rato que tuvimos que esperar se hizo muy ameno. Empezamos a mandar SMS a los amigos y familiares de que al fin habíamos llegado. Ana nos llamó y era tanto el ruido que había que no la entendíamos. Estábamos felices y en poco rato tuvimos el certificado que nos acredita como que habíamos recorrido nuestros 800 Km. Unos campeones. Tengo que decir que estábamos contentos de haber llegado, pero me reservo la opinión que tengo de la parafernalia que hay montada allí, tanto en la Oficina del Peregrino como en la Catedral.
Una vez documentados y como eran casi las 12 decidimos cumplir con otro rito: oír la Misa del Peregrino. Bueno. Había que ir. La Catedral estaba repleta y como yo soy un poco atea me dedique más a observar a la gente que a oír al sacerdote. Así pude ver a unos peregrinos muy mayores y muy emocionados. El señor se confesó y todo. También a una chica joven rezar con mucho fervor arrodillada. Y a nuestro amigo alemán guía de grupo, que incluso lloró oyendo el sermón. Respeto muchísimo a estas personas, aunque tengo que reconocer que el mensaje que trasmite la Iglesia a mi no me llega. Como Javi tampoco se podía concentrar nos fuimos a terminar la visita. La tumba del Apóstol y el abrazo típico.
Después Manolo, Mª José y Rafa hicieron lo mismo. Intentamos salir por el Pórtico románico de la Gloria, pero estaba en obras y no pudimos pasar. Pues vaya. Lo más bonito de la Catedral y no pudimos verlo. Otra vez será.
Después ya nos fuimos a buscar la pensión que teníamos reservaba, y como éramos peregrinos, fuimos austeros hasta el final: la pensión estaba limpia, pero era más vieja que la tos. Hasta ilegal, seguro. Al menos nos sirvió para asearnos un poco antes de ir a comer. La comida merece capitulo aparte. Nos lo habíamos ganado.
Lloviznaba otra vez cuando salimos hacia el restaurante Casa Elisa, en la Rua do Franco. Habíamos preguntado para que nos orientaran, pero al final nos sirvió el consejo de Toni, el hermano de Javi. Allí nos servirían los chuletones de ternera gallega que nos habíamos prometido al llegar a Santiago. Como teníamos mesa reservaba nos prepararon un rincón encantador. Detrás de unos pilares, y en lo que debió de ser el porche trasero de una vivienda de abolengo de la burguesía gallega. Hicimos nuestras comandas y nos fueron sirviendo los entrantes: ensalada, calamares (buenísimos) y pimientos de Padrón (otra vez). Albariño para acompañar. Cogorza asegurada. Después a los cuatro les sirvieron unos chuletones de un tamaño que asustaba y yo me pedí un menú de caldo gallego y Rape a la gallega. No puedo recordad la conversación, pero sé que no paramos de reírnos y al final hasta los camareros participaban de nuestra conversación. Unos postres caseros típicos y más orujo de hierbas completaron la gran comilona. Cuando nos íbamos vimos que había fotos de mucha gente famosa en las paredes.
Solo nos quedaron fuerzas para volver a la pensión a descansar. Ni 5 minutos tardamos en dormirnos. Un sueño inquieto que se truncó cuando unos fuertes golpes en la puerta nos despertaron de sopetón. Tan fuerte golpearon que yo solo pude pensar que era la policía, que la pensión era ilegal y que nos iban a detener a todos. La cara que se nos quedó cuando vimos a Manolo con una tirita en la frente contándonos que había intentado saltar del armario y que se había dado en el pico de la mesita en la frente no tiene precio. Casi lo matamos por el susto, pero la risa que nos dio a todos fue para morirse. Es un mal bicho. Se las inventa al vuelo.
Como ya estábamos espabilados y con la adrenalina a mil, nos fuimos de nuevo a pasear. Compras para la familia, callejear y charlar. El ambiente decimonónico de Santiago de Compostela es ideal para pasear. Los pórticos, la fina lluvia que aparece y desaparece, las tascas, las tiendecitas, el fresco de la tarde y los cientos de visitantes hacen que te sientas cómodo, relajado. Dimos varias vueltas buscando nuestros regalos por las Ruas do Vilar, do Franco, da Raiña, da Conga etc.
Para cenar dijimos que solo un aperitivo, pero como somos unos bribones, acabamos buscando el Gato Negro, una tasca con mucho sabor, muy típica, donde sirven una raciones generosas y sabrosas. Unas cervezas para todos…y Albariño para mi!!! Desde la última vez que estuve en estas mismas calles no había vuelto a coger una cogorza, con perdón!!! El Albariño es mi perdición. Fresquito y con buena compañía, me salen todas las tonterías a la vez, atropelladas, y me da la risa de los bobos. Mi sobrina nos llamó en esos momentos y no podía ni hablar con ella. En fin, cosas de Galicia.
Un nuevo paseo, esta vez hasta la plaza del Obradorio. La ultima visita, que al día siguiente nos íbamos. Y como no, la Tuna tocaba bajo los porches del Palacio de Raxoi. Ya no estaban en edad de ser estudiantes, pero si alegraban la noche y traian buenos recuerdos. Nos detuvimos un rato a escucharlos y en un momento dado, Manolo y Javi, compinchados, les pidieron que nos dedicaran una canción, que era nuestro aniversario de boda. Rafa no se dio cuenta y también fue a pedirles una y le dijeron que no podían, que ya tenían dos peticiones. Se quedó un poco chafado, pero al momento nos la dedicaron. Obviamente, les habían hecho caso a ellos. La canción era La Pitina, una canción italiana. Fue un rato muy divertido. Y de allí, a tomar la ultima copa. Invitamos a nuestros amigos para celebrar nuestro aniversario y el final de nuestra aventura.
Un último paseo por Santiago donde las melodías de la Tuna, de un gaitero que se oía a lo lejos y de unos rusos que tocaban en la plaza da Inmaculada acompañaban a estos peregrinos que se despedían con nostalgia de su aventura.
Volveremos?
En el Camino nos vemos.

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